Escrito por: Lucero Marian Vergara Lavado
Ciclo: VI
Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UTP
Fría, como una noche de invierno
Levanta la mirada cansado de hundirse y decide ya no abatirse más. Por un momento la ausencia de sus sentimientos lo hizo desfallecer, pero ya no está dispuesto a seguir así. Coge las llaves de su cuatro por cuatro y piensa que la muerte podría llegarle ahora mismo… no le importaría, pues está seguro de que ha realizado todo lo que se había propuesto. Tiene el trabajo que siempre quiso, gana el sueldo que siempre deseó y por si fuera poco la chica más linda se había fijado en él.
Sin embargo recuerda por qué estuvo como estuvo, y la recordó, sabe que es inútil volverla a buscar, ella ya no respondía en esa casa, la de los jardines con geranios que quedaba por un pequeño pueblito en Jauja, esa ya no era su casa desde hace tiempo.
Había dejado de buscarla en su verdadera morada desde hace casi 1 año. Para olvidarla trató de refugiarse en el alcohol, pero entendió que no podía seguir así, o se enfrentaba a la realidad o… Ella lo había dejado sin ninguna explicación, a pesar de haberle dicho tantas veces que lo quería.
Solo deseaba verla una vez más, decirle todo lo que no pudo decir cuando ella todavía estaba con él, se arrepentía de su alejamiento, se armó de valor y fue a visitarla prometiéndose a si mismo que sería la última vez.
Se vistió con su mejor atuendo y se puso aquella camisa que ella le regaló y que él tanto rechazó. Una lágrima recorrió su rostro al recordar ese incidente, pero se la seco rápidamente, tenía mucha prisa. Le faltaban las flores, esas margaritas que a ella siempre le gustaron y que él siempre criticaba. Ella era una mujer muy sencilla, sus orígenes humildes no eran aceptados por la familia de él.
Compra las margaritas blancas, “le fascinaban”- piensa. Sube a su carro y mientras va conduciendo recuerda todo lo que vivió a su lado, quiere decirle que no la olvida, que la sigue queriendo.
Llega, estaciona el auto y prosigue su camino a pie. Va pasando y ve el gran parque que la rodea, recuerda que a ella siempre le gustaron las plantas.
Se para frente a ella y no puede evitar las lagrimas, su cara se desarma dando paso a los sollozos. Se abalanza a ella y le llora, le grita que la sigue amando, tiembla y no puede mantenerse en pie. Ella no hace nada. Él sigue pidiéndole que lo perdone y le vuelve a decir que la ama como no amó a nadie en el mundo, pero ella sigue igual. Se levanta y comprende que ella ya no puede escucharlo, no puede mirarlo y él nunca volverá a escuchar su voz. Con el corazón destrozado deja la tumba fría de su gran amor, esperando a que la muerte le llegue pronto.
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