Este es el destino final, el
verdadero Puerto Alegre. Esto que parecía utópico, idílico pero tan romántico
como dulce está ocurriendo. No hay que despertar, pellizcarse, solo
disfrutarlo. Se pueden ver las repeticiones hasta el cansancio, ponerle play a la
ilusión y volver a gritar hasta quedarse ronco. La voz está sobrevalorada, lo
que importa ahora es revivir esos momentos que nos ponen a un paso de la gloria
todavía esquiva.
Si hace 44 años necesitábamos de
la suerte y un papelito para clasificar a la final, ayer la selección peruana
hizo un partido para enmarcar, la mejor versión en muchos años. Emocionalmente
un partido impecable, en el que supo manejar las pulsaciones, controlar los
tiempos y superar físicamente a un equipo que llegó con más ego que poderío.
Mientras su ‘generación dorada’ empieza a perder brillo, todo luce iluminado en
nuestro lado.
Si el clasificar al Mundial era
celebrado como fiesta nacional, ahora hay que pedir feriado para esta alegría
incontrolable, casi como la velocidad de André Carrillo, absuelto de algún
pecado que nunca nos enteramos pero que con jerarquía supo pagar su pena. O con
la valentía del ‘Oreja’ Flores, que del picante barrio de Collique se
teletransporta a la final de la Copa América, de hacer tres horas de viaje solo
para entrenar a estar a punto de levantar un trofeo extraviado para nuestra
memoria por más de cuatro décadas. De ser el niño favorito de la promoción de
su colegio se convirtió en el símbolo de la esperanza de todo un país sin
escalas.
Fuente: La República
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