El presidente Martín Vizcarra ya
amenazó ayer claramente al Congreso con plantear la cuestión de confianza.
“Nosotros esperamos que el Congreso pueda tomar las acciones adecuadas para
llevar adelante (la reforma política) y no estar con la necesidad de estar
usando el recurso de la cuestión de confianza”, dijo, con una sintaxis
imperfecta que reflejaba algún titubeo en la decisión. El curso de colisión
entre ambos poderes está trazado y por momentos se convierte en un pleito de
callejón.
El problema es que el
atrincheramiento en las propias posiciones no favorece el clima de debate
racional que se requiere para buscar una reforma fructífera. Las bofetadas
recíprocas no ayudan a pensar. El presidente aprovechó la impopularidad de la
inmunidad para hacer un acto de protesta en el propio Congreso.
Sin duda hubo en ese gesto
teatral alguna nostalgia del 65% de aprobación porque, en realidad, si bien la
reforma de la inmunidad es importante y debe hacerse, no es un tema
estructural, es irrelevante para la estructura política del país. El problema
de fondo es la falta de consenso en torno a los dos núcleos temáticos:
gobernabilidad Ejecutivo-Legislativo y partidos políticos.
Pero lo lamentable es que la
falta de consenso –salvo quizá una o dos excepciones– no se origina
principalmente en posiciones doctrinarias previamente sopesadas, sino en
motivaciones circunstanciales o en vanas posiciones de poder dentro de partidos
zombies.
Hay oposición a casi todos los
planteamientos de la comisión Tuesta orientados a lograr un mejor equilibrio de
poderes que permita gobernar, porque se reacciona desde la posición de un
Congreso que se percibe avasallado por el presidente y se cree que las
propuestas son la consagración de ese dominio, cuando lo que se apruebe no
beneficiará a Vizcarra sino al próximo gobierno, que podría ser de alguno de
los opositores a la propuesta.
También hay oposición a los
planteamientos orientados a fortalecer los partidos, sobre todo a la elección
de los candidatos con voto universal y obligatorio. Esta es, sin duda, una cura
radical, pero lo es para un estado extremo de desafección y descrédito
partidario. Un shock eléctrico para resucitar un cuerpo inerte. Una manera
–algo forzada, es cierto– de reconectar a la ciudadanía con los partidos.
Quizá algunas dirigencias pierdan
poder, pero no las que ejerzan liderazgo real, y los partidos se renovarán, que
es lo que necesitan. Y los organizados aprovecharán mejor el nuevo esquema,
pasarán la valla del 1,5% del padrón, y sabrán filtrar a los candidatos que se
presenten, estableciendo requisitos que deban cumplir.
O se le podría quitar el carácter
obligatorio. Como fuere, son propuestas debatibles. Lo que hay que hacer es
deliberar haciendo un esfuerzo por desprenderse de condicionamientos
circunstanciales. ¿Es posible una discusión intelectualmente honesta, realmente
preocupada por encontrar las mejores fórmulas para una democracia funcional?
¿Tenemos esa capacidad?
Se notó algo de eso cuando se
debatió el primer artículo del proyecto sobre gobernabilidad. Habría que darle
una oportunidad. Pero la trifulca es pretexto perfecto para no tener que
pensar. La pistola de una cuestión de confianza no ayuda para ese fin, salvo
que no se vea actitud constructiva ninguna.
El problema es que la propia
amenaza de su uso engendra una respuesta negativa. Se convierte, así, en
autoprofecía.
Fuente: El Comercio
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Lo Mejor de ser Humano es que Tenemos la Libertad de Comentar, Pensar, Opinar.....
y Entonces por que no Comentas!!!!!