Con la presencia de familiares,
amigos y miembros de esta redacción, se realizó una emotiva despedida a uno de
los mejores periodistas que ha tenido La República.
Pocas veces tan justificado el
silencio en esta redacción usualmente ruidosa. Pocas veces tan difícil se hizo
retratar el dolor de una noticia sin sentirse parte del mismo.
Percy Ruiz se fue el pasado
sábado y los periodistas de esta casa sienten su ausencia.
El convento Virgen del Pilar, en
Surco Viejo, fue el espacio elegido para el último adiós a quien durante más de
una década se desempeñara como jefe de Informaciones de este diario y que en
los últimos meses se encargara de la edición de la revista Domingo.
En una capilla pequeña, acorde
con la modestia con la que Percy ejerció una profesión en la que hay que lidiar
mucho con el ego, se rindió una misa de cuerpo presente a la que asistieron sus familiares, amigos y
compañeros de labores en la redacción.
Luego se trasladó su féretro por
las calles de Surco hasta el Cementerio Municipal. En el trayecto muchos de sus
familiares y amigos tuvieron el honor de cargarlo por unos metros. Un corto
trayecto, un interminable homenaje.
Ya en el cementerio tuvo lugar
quizá el momento más emotivo de la jornada, cuando el padre de nuestro
fallecido compañero ofreció un sentido discurso en medio del sollozo inevitable
pero justificado. Con los ojos cerrados, apretando los puños y luchando contra
el nudo que se le formaba en la garganta, Héctor Ruiz recordó a su hijo como lo
que fue: un hombre sin fisuras.
“Cuando estaba pequeño y tenía
ocho años ideó un periódico: El Reloj. Sus hermanos eran sus reporteros y
siempre andaba fascinado con las noticias, demostrando lo que era su fin. Ser
periodista”, recordó Héctor Ruiz, revelando de esa manera la prematura vocación
que demostró Percy por esta profesión.
Mientras evocaba otras anécdotas
de su hijo, don Héctor no solo evitaba abrir los ojos para ver el féretro con
Percy en su interior, sino que además apretaba los párpados con fuerza y solo
él sabía lo que veía. Quizá la imagen viva de su hijo sonriendo con sobriedad y
con un diario bajo el brazo.
Más que un cliché, es una de las
pocas verdades absolutas el decir que un padre no debe enterrar a su hijo.
Quizá no haya en la vida situación más difícil de afrontar. Pero al ver a
Héctor Ruiz hacerlo con aplomo, uno entiende el origen de la personalidad del
Percy que nadie olvidará.
Fuente: La República
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