lunes, 24 de junio de 2013

El último adiós al amigo Percy Ruiz


Con la presencia de familiares, amigos y miembros de esta redacción, se realizó una emotiva despedida a uno de los mejores periodistas que ha tenido La República.

Pocas veces tan justificado el silencio en esta redacción usualmente ruidosa. Pocas veces tan difícil se hizo retratar el dolor de una noticia sin sentirse parte del mismo.

Percy Ruiz se fue el pasado sábado y los periodistas de esta casa sienten su ausencia.

El convento Virgen del Pilar, en Surco Viejo, fue el espacio elegido para el último adiós a quien durante más de una década se desempeñara como jefe de Informaciones de este diario y que en los últimos meses se encargara de la edición de la revista Domingo.

En una capilla pequeña, acorde con la modestia con la que Percy ejerció una profesión en la que hay que lidiar mucho con el ego, se rindió una misa de cuerpo presente  a la que asistieron sus familiares, amigos y compañeros de labores en la redacción.

Luego se trasladó su féretro por las calles de Surco hasta el Cementerio Municipal. En el trayecto muchos de sus familiares y amigos tuvieron el honor de cargarlo por unos metros. Un corto trayecto, un interminable homenaje.

Ya en el cementerio tuvo lugar quizá el momento más emotivo de la jornada, cuando el padre de nuestro fallecido compañero ofreció un sentido discurso en medio del sollozo inevitable pero justificado. Con los ojos cerrados, apretando los puños y luchando contra el nudo que se le formaba en la garganta, Héctor Ruiz recordó a su hijo como lo que fue: un hombre sin fisuras.

“Cuando estaba pequeño y tenía ocho años ideó un periódico: El Reloj. Sus hermanos eran sus reporteros y siempre andaba fascinado con las noticias, demostrando lo que era su fin. Ser periodista”, recordó Héctor Ruiz, revelando de esa manera la prematura vocación que demostró Percy por esta profesión.

Mientras evocaba otras anécdotas de su hijo, don Héctor no solo evitaba abrir los ojos para ver el féretro con Percy en su interior, sino que además apretaba los párpados con fuerza y solo él sabía lo que veía. Quizá la imagen viva de su hijo sonriendo con sobriedad y con un diario bajo el brazo.

Más que un cliché, es una de las pocas verdades absolutas el decir que un padre no debe enterrar a su hijo. Quizá no haya en la vida situación más difícil de afrontar. Pero al ver a Héctor Ruiz hacerlo con aplomo, uno entiende el origen de la personalidad del Percy que nadie olvidará.


Fuente: La República

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