lunes, 2 de diciembre de 2013

Incendio en un taller textil revela la esclavitud de los chinos en Italia


Todo está negro, achicharrado, menos un colchón violeta junto a una ventana de hierro verde. Por allí intentó escapar del fuego una de las siete víctimas, pero las ventanas tenían rejas para que nadie entrara, para que nadie saliera, para que nadie viera lo que todos reconocen ahora que sabían pero nadie fue capaz de evitar.

Allí dentro, como en tantas otras naves del polígono industrial Macrolotto de Prato —una ciudad de 185.000 habitantes a 25 kilómetros de Florencia—, se practicaba la esclavitud. Cientos, miles de ciudadanos chinos, la mayoría muy jóvenes y sin ningún tipo de documentación, fabrican prendas de moda para toda Europa durante 16 horas al día, siete días a la semana, preferentemente de madrugada, a razón de un euro a la hora. Solo tienen derecho a dormir un rato en unos cuartuchos construidos sobre el traqueteo continuo de las tricotosas y a calentarse la comida con un infiernillo de gas.

“Son prisioneros obligados a trabajar”, asegura en la zona un empresario

El domingo, a las siete de la mañana, aún no se sabe exactamente por qué, una de las bombonas explotó y la nave, hasta arriba de ropa, se convirtió inmediatamente en una pira. Siete trabajadores —cinco hombres y dos mujeres— perdieron la vida, dos están muy graves y otros dos lograron escapar con heridas leves. Solo ha sido identificado uno de los fallecidos, un inmigrante irregular, el que intentó escapar por la ventana y se lo impidieron las rejas. Sus brazos sin vida se quedaron colgando, como queriendo explicar inútilmente lo que ya todo el mundo sabía.

La nave destruida está en el número 63 de la calle Toscana y reúne todas las características del polígono industrial Macrolotto. Tras un nombre europeo —en esta ocasión Teresa Moda—, un empresario chino —en este caso una mujer— convierte un almacén inmundo —casi siempre, como en este caso, alquilado por más de 3.000 euros al mes a un italiano— en un negocio floreciente. El truco macabro del negocio está en la mano de obra. “Son esclavos. No busque otro nombre. Prisioneros obligados a trabajar”, dice Giuseppe, apoyado en la puerta de su almacén textil, situado justo enfrente del lugar de la tragedia.


Fuente: El País 

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